El jinete Alcoyano, 7

A PRIMEROS DE JULIO DE 1873 Por aquellas fechas, días antes del mitin en la Plaza de Toros, me hallaba mentalmente fuera de tono, lleno de odio y, a consecuencia de ese odio colmado de valor para actuar como un asesino, sin poder dejar de olvidarme del cuerpo de doña Clara apaleado y atacado por la muerte, y más aún, sabiendo libre al asesino o asesinos. La angustia eterna a la necesidad de una venganza, tuvo su culminación cuando el día 9 de Julio escuché en el bar «Tolo» una conversación que me iba a descubrir un avance importante, ante mi incredulidad, presté atento oído a lo que sin sigilo hablaban un hombre sobre doña Clara. Le invité a unos vasos, me hice pasar por viajante de telas de paso por el pueblo, más tarde dimos un paseo por la puerta de Játiva, yo caminaba en silencio mientras escuchaba, le miraba por el rabillo del ojo. El hombre, vestido de negro con chistera parecía estar más interesado en hablar conmigo que yo con él, voraz en palabras me contó sin el recato de la discreción que, sin duda alguna, habían asesinado a doña Clara por espía que lo era del gran Maestre Patrón Matritense de la Logia, y sobre toda cuestión comercial o laboral que se movía en Alcoy. Cuestión sumamente nueva y difícil de creer, se trataba de una mujer casada dedicada a su pastelería y a su esposo, insistí para sacarle de su error. -¿,Quiere usted decir que aquí en Alcoy también hay masones -interrogué con cierta sorpresa. -Pues claro que sí, hombre. ¿En qué mundo vive...

El jinete Alcoyano, 6

A FINALES DE JUNIO DE 1873 DESDE EL ASESINATO de doña Clara, yo rebosaba de un odio enfermizo, sospechaba de todo Alcoy. Me tenía que vengar de alguien. No podía dormir, comer, ni vivir. Necesitaba matar a alguien. Preparar un plan. En unos pinos cerca de la Rambla del Río Guadalserpís donde acudían las putas baratas, para satisfacer a la mano obrera que demandaba carne de mujer para sosegar los instintos sexuales, y evadirse de la continuidad del trabajo, y probar algo que la esposa no les hiciera. Y es que, a pesar de todo, los obreros de Alcoy eran los mejor pagados, comparados únicamente con los sueldos en Cataluña, por eso se podían permitir ciertos vicios de la carne, muy mal visto por el cura Don Eulalio, que no directamente desde la nube sagrada del púlpito, pedestal de palabras, se lo recriminaba con parábolas. Los ricos son como los insectos les irrita mucho que les corten el paso, y en la calle ni una palabra no te se ocurra pedirles algo, que te dirán que sí para evitarte, pero luego te mandarán recado a la noche con un par de chulos. También tienen debilidades por debajo de la correa. A final de la calle Roger de Llauria, había una casa respetable de mujeres de la vida, o de citas de lujo, que así era como se llaman a estas damas cuando cobran un huevo por sus servicios, y a los que sólo podían acudir bolsillos saneados, clase alta y gente de chistera, escondidos en la noche como cuervos que señalan la casa donde la carne va a ser...

El jinete Alcoyano, 5

DIA 16 JUNIO 1873. CON MOTIVO DEL cumpleaños del cuaternario y azafranado don Sandalio Miranda el Arquitecte, celebró un baile con aperitivos en su casa de la calle Jaime I de Alcoy, edificio de silenciosas piedras con portal de arco con dovelas y escudo nobiliario en el dintel que advertía que aquel alquimista procedía de una añeja familia alcoyana, cuyo árbol genealógico se perdería en los reinos de Aragón, pero nunca me interesó la heráldica ni la burguesía y menos la aristocracia. Yo, por ese tiempo, había ganado más que una simple amista con doña Clara y su marido, por eso me invitaron a acudir a su fiesta, quizá nunca debí aceptar tal invitación, sobre todo, por lo que ocurrió terminado el baile, de no haber ocurrido lo que sucedió no merecería la pena recordar esta aciaga fiesta de cumpleaños. Me pregunté varias veces, casi dudando de la realidad, del motivo último por el que don Sandalio me había invitado, sí, a mí, a un sencillo profesor de matemáticas que frecuentaba la pastelería o fue por ser admirador de su mujer o por otra razón oculta. Era evidente que yo no pertenecía a su anillo de amistades, no pasaba desapercibido, más bien era de esa clase de amigos a los que se esconde como parte secreta en un baúl, que usas cuando te conviene, el viejo amigo molesto de nuestras vidas pasadas o testigo de nuestras ridículas anécdotas o nuestras bromas pesadas, pero que sin duda, a la hora del compromiso te dan de lado con excusas que son tan evidentemente absurdas que le escupirías a la cara. Los veranos...

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