A MEDIADOS DE JULIO DE 1871
-Bolsín de Valencia -leía a viva voz del «Mercantil Valenciano» un hombre gordo y con barba, sentado en una de las sillas de madera pegadas por el borde superior a una pared de azulejos de la pastelería-cafetería Serpi una mañana de domingo- la sección de ayer terminó con una perdida de 3 puntos, 1’50 por ciento, con la que vuelve a bajar la cota de los 100 puntos. La Real Textil Alcoyana, que cotizaba siempre al alza empezó su caída precipitada hasta la cota de los 500 puntos. El negocio, sin tantas aplicaciones, se situó por debajo de las Jornadas precedentes. Al cierre del continuo se había contratado 40 millones de pesetas. Por grupos.
Todo los índice sectoriales acumularon pérdidas. La más perjudicada por las órdenes de compras fue el sector textil …
-!Bien! ¿quién le escucha?, deje el periódico que la única verdad es la fecha, y tómese el café que se enfría con esa magdalena de horno -respondió Doña Clara desde tras de la barra.
Era la primera vez que, por casualidad, me hallaba en aquella elegante pastelería, y no sabría explicar, cual fue la causa de verme allí de frente y mirando a la cajera Doña Clara, nariz con nariz, inmovilizado, tratando de adivinar aquel aire misterioso de profunda meditación que habitaba en sus ojos. Me preguntó en valenciano qué quería, luego me sirvió una infusión de manzanilla, y al coger la taza tropezó mi mano contra su mano, y en esos momentos como si de un chispazo se tratara me miró a la cara con mirada de nínfula recién aparecida entre el duende azucarado de los pasteles, percibí su perfume a agua de rosas como sí se le desprendiera del pétalo de su desnuda cuello de chirimoyo, su piel deslumbrante, su pelo recogido en un gran moño esponjado y decorado con una especie de peineta de carey con perlitas y una cofia, en sus ojos azules vivían dos parábolas de ilusión que disipaban la oscuridad de este aparcamundo de miserias. Me presenté como profesor recién llegado a Alcoy, y de ahí nació una inesperada amistad.
Cuando «El Mercantil» quedó libre de lector se lo pedí, hojear la sección de política nacional, me preocupaba la economía y si los cambistas se tranquilizaban o dejaban salir el papel. Porque este mercado de valores supone el índice más claro de la salud económica de una nación. El miedo a la inestabilidad de la nueva República llevaba a la ruina al país. Era necesario establecen un cantón libre de Alcoy. Además de la lectura mi interés era mirar a doña Clara Rozalén y esperan a que ella me mirara también con esa complacencia agradable del buen encuentro, no era una cría ingenua sino una mujer segura que se asomaba a la flor de la exquisita experiencia, esa realidad a mi me entusiasmó, a mis veintisiete años, las mujeres que me duplicaban la edad me gustaban, quizá por su aspecto maternales, que despida una inquietud de protección hacia mí. Quizás esa seguridad que desprendía en su forma de hablar y atender a los clientes era, en verdad, lo que a mi me atraía, siempre nos atrae aquello de lo que carecemos con mayor defecto. Como yo miraba sus oceánicos ojos con cierta resistencia, ella me preguntó ¿qué miras?. Por primera vez vencí mi timidez, pues qué voy a mirar que es usted la mujer más guapa del mundo. Ella no se calló como se entre mi marido no le va a gustar, y así quedó cerrada nuestra primera y atrevida, por mi parte, conversación. En aquella extraña y descontrolada reacción mía, llena de un inusual valor, me vi fuerte y seguro ante ella, por primera vez había perdido mi timidez ante las mujeres.
Luego supe que el señor que leía el Bolsín, era ni más ni menos que don Anastasio Ridruejo, asiduo visitante de la pastelería, director de la Caja de Ahorros de […], el único dueño del dinero de los alcoyanos, prestamista de interese prohibitivos, masón, déspota y favorecedor de los capitalistas, era un cerdo con todas sus letras y sus andares de marrano vistoso, acostumbrado su culo al cómodo sillón de su despacho. Ningún obrero era capaz de conseguir un empréstito aunque fuera huérfano y se muriera debajo de un puente. Los avales que pedía su Caja eran diez veces superior a lo que se pedía en préstamo, yo me pregunto que si se tiene más de lo que se va a pedir para qué se va a pedir, digo yo. El Manco le odiaba a muerte, cuando se quedó sin mano acudió a pedirle un préstamo para sacar adelante el sueño de un proyectos miserable: un kiosco de prensa, se lo denegó rotundamente, le dijo que la Caja de Ahorros no era el convento de las Justinianas. Sólo un golpe de fortuna o la herencia de un tío indiano son las única maneras que un obrero tiene para prosperar, mas cómo se empieza a prosperar desde cero, ¿quiero saber yo? Gran pregunta.
Aquella mañana también estaba en la pastelería Don Ricardo, Teniente Alcalde, con su traje gris perla, sentado al final del salón de la pastelería, pero alejado de Don Anastasio a quien le separaba una antigua y secreta enemistad, no quería ser uno más de los lameculos de Don Anastasio, que de por vida veía rodeado por una cuadrilla de deudores a plazo, tenía los ojos llorosos de la pólvora perfumada de los trabucos de las fiestas de San Jordán en un atmósfera que le pegaba al cielo. Eran fiestas y no recuerdo si de gigantes y cabezudos, la de la pólvora o la de moros y cristianos. Allí siempre son fiestas. Doña Clara y él se reían mucho, demasiado.
Y es que don Anastasio Ridruejo, podía ser más ambicioso, no conforme con el poder económico, buscaba el poder de la política: ser diputado en cortes o senador. Un incontrolado deseo lleva a todos los hombre ricos de mesas de ejecutivos a altares, a las Cortes, o sea, continuar en el proyecto hombre poderosa, con la continuidad del vicio de mandar: el poder en manos de los caciques. Pues no nos engañemos que los poderes establecidos por Montesquiu, – debían de aumentar el número de poderes, ahora lo encabeza el dinero, seguida del ejecutivo, el judicial y el legislativo. Se habían olvidado de un quinto poder, el de la fuerza del pueblo con manifestaciones y huelgas, el esperar el día glorioso del sufragio universal y no por el de rentas. Algún día la gente se manifestará, hará huelgas libres, votará y la democracia en su más rígida desnudez imperará en España.
Se contaba que el Señor Anastasio veraneaba todo los Agosto en San Sebastián, en la Concha -una playa que dicen que tiene forma de arco del triunfo- con todo la familia, su esposa doña María Gomis, una dama valenciana de las auténticas con traje de fallera y todavía no había aprendido a hablar castellano ni falta que le hacía; y sobre todo su única hija Almudena, boba y con dieciséis años cono garantía, la flor de azahar en boca de un escarabajo. Meses después tuve tiempo de conocerla bien,me convertí en profesor particular a domicilio gracias a la recomendación y credenciales de Doña Clara, íntima amiga de Doña María Gomis, por las reuniones de los viernes en el rosario de la Iglesia de San Jordán, la misa de los domingo a las doce, custodias del rastrillo de Santa Teresa y cómo no, camareras de la Virgen de la Salud. En cambio, yo no podía soportar a Almudena, demasiado verde, demasiado masculina, demasiado presumida. Era como una princesa que se burla de su preceptor. Nos hablábamos de usted. Además hubiese sido una estupidez por mi parte seducirla. Cuando el estoque no entra en la suerte suprema, no entra y hay que resignarse a la voluntad de […], y a mí me producía un sentimiento de lástima por su bobadas y no me salía ni siquiera una sola palabra de agrado. Toda nuestra relación era la del profesor y alumna sin resquebrajamiento de la disciplina.
Una mañana de domingo, en un arrebata incontenible de amor le declaré mi secreta pasión a Doña Clara, palabras, que por otra parte, ella entendió como agradecimiento a la recomendación que me hizo para entra en casa de los Ridruejos, yo insistí en la sinceridad de mi corazón, ellas respondió: estás como una cabra, cómo se te ocurre, te equivocas conmigo, olvidas que soy una mujer casada. Interpuso al cuaternario de su marido, pero no sé qué [algo] me llegaba al corazón de que ella me quería. Insistí y lo estropee y nuestra relación se interrumpió por un tiempo. Sin embargo, meses después cambió respecto a mí. Una vez me preguntó con una sonrisa, ¿cuánto tiempo sin verte?, admitía de nuevo una remota posibilidad de tener esperanzas, el tiempo no me importaba, yo la deseaba, quería poseerla, ser su incondicional amante ya que no podía ser su amigo. Un día en la trastienda conseguí darle un beso en el borde de la boca, y ella no varió la cabeza ni me dijo nada, notaba el calor de sus lívidos labios y el de sus mejillas de yunque caliente. Nos habíamos enamorado. Ella se había enterado de mis actividades anarquistas, y no paraba de interesarse por ciertos asuntos muy puntuales y […]
Por San Isidro, mi compañero y delegado el Tintas me llevó a las fiestas de Onil, por un antiguo sendero o atajo que según me dijo venía desde la Seo de Urgel, y a su vez desde centro Europa, posiblemente fuera una vía romana le comenté, pero él se encogió de hombres y arqueó la boca cerrada con un evidente gesto de ignorancia, tampoco a mi me importaba mucho que fuera romano o forestal. Desde Alcoy tomamos hacia el Oeste por Sierra Mariona una retorcida vereda que no llevó a la Font Roja, subimos una larga cuesta rodeada de encinar y pino carrasco, pasamos por Venteta Els Cuernos, La Capona, L’Arcá hasta llegar a Onil, villa que se halla al rescoldo de los viento del poniente, desde el cerro se veía el valle de «El Marjal» cultivado de olivos y almendros. El abundante aire que hinchó nuestros pulmones por la Sierra de Onil, me dejó con la vista nublada pero eufórico con ganas de bromear y hablar con la gente que aquí habla valenciano, no era mi lengua materna puerto que soy oriundo de Teruel, pero la lengua del antiguo reino de Aragón me interesaba y con mucha dedicación aprendí a hablar y a escribir, aunque tenían algunas palabras que diferían en entonación a los de Alcoy.
Por el Tintas me enteré que en aquel barrido donde se celebraba la fiesta de San Isidro, la Placeta del Chorret, vivía una vieja y afamada quiromántica acertada en adivinaciones, a la cual consultaba muchas personas venidas de la comarca, en incluso de Valencia y Alicante. Ya que estaba allí, y aunque yo no creo en quirománticas, echadoras de cartas, astragalomancia u otras suertes de adivinación, me considero un hombre más bien pragmático. En cambio, entre burlas y risas entramos en la casa de la quiromántica el Tintas y yo, vivía en una habitación pequeña con olor a orines de gatos, la mujer usaba un pañuelo negro que le cubría la cabeza y le salía mucho por la frente de modo que no se le veía bien la cara. Le mostré las palmas de las manos. Cuando me tomó las manos, noté el cambio de temperatura de sus manos pasaron de frías a caliente, me susurró en valenciano, el Tintas me dijo que no hablaba castellano y él me ayudó a entenderla, primero confirmarme que si yo había llegado hasta elle era porque quería ver mi destino bueno o malo, le contesté que desde luego, se echó el velo hacia atrás y me hizo acercar a una venta de gruesos muros, me sentenció que si venían a ella muchos como yo, se moriría de hambre. Pero no entendía muy bien la precognición y ni quiso dar más explicaciones. Cuando al salir fui a dejarle un real, la voluntad, negó con la cabeza repetidas veces que me llevara el dinero. Ahora, hoy, en esta celda, puedo comprender la precognición que tuvo la quiromántica de Onil al ver mis pálidas manos, lo que me quiso decir, sencillamente, es que iba a morir pronto, por ello, si era de costumbre no cobrar a los que le predecía una muerte cercana, ella se moriría de hambre.
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