A FINALES DE JUNIO DE 1873
DESDE EL ASESINATO de doña Clara, yo rebosaba de un odio enfermizo, sospechaba de todo Alcoy. Me tenía que vengar de alguien. No podía dormir, comer, ni vivir. Necesitaba matar a alguien. Preparar un plan.
En unos pinos cerca de la Rambla del Río Guadalserpís donde acudían las putas baratas, para satisfacer a la mano obrera que demandaba carne de mujer para sosegar los instintos sexuales, y evadirse de la continuidad del trabajo, y probar algo que la esposa no les hiciera. Y es que, a pesar de todo, los obreros de Alcoy eran los mejor pagados, comparados únicamente con los sueldos en Cataluña, por eso se podían permitir ciertos vicios de la carne, muy mal visto por el cura Don Eulalio, que no directamente desde la nube sagrada del púlpito, pedestal de palabras, se lo recriminaba con parábolas.
Los ricos son como los insectos les irrita mucho que les corten el paso, y en la calle ni una palabra no te se ocurra pedirles algo, que te dirán que sí para evitarte, pero luego te mandarán recado a la noche con un par de chulos. También tienen debilidades por debajo de la correa. A final de la calle Roger de Llauria, había una casa respetable de mujeres de la vida, o de citas de lujo, que así era como se llaman a estas damas cuando cobran un huevo por sus servicios, y a los que sólo podían acudir bolsillos saneados, clase alta y gente de chistera, escondidos en la noche como cuervos que señalan la casa donde la carne va a ser devorada por los buitres de cuello almidonado. Las juergas que se aparejaban en casa de la señora Socorro, alcahueta profesional y jubilada del ramo del orificio húmedo para desesperados, era vieja para romperse el badajo contra el borde de un lebrillo. La casa de la señora Socorro, no sólo era un lugar donde la carne se sometía a un socorrido ejercicio de templanza, sino además lugar de tertulia nocturna cuando los novios «formales» dejaban en sus casa a las novias formales. Yo no soy un santo, también estuve alguna que otra vez en aquella casa de lenocinio, invitado por supuesto, sin poderme permitir el amor mercenario con una chica de aquellas de la vida fácil, mi soldada interior no llegaba a tanto, pero si te podías tomar algunas copas de aguardiente en compañía femenina a la que le podías meter mano. Por otra parte pienso que cada cual pude hacer lo que quiera con su propio cuerpo.
Era lugar de escucha imprescindible, si querías conocer de la política más profunda que en el mismo Casino o que en la cafetería-pastelera Serpi se hablaba, pues con las copas de brandy, aguardiente o cantueso, se perdía el recato, el secreto y el pudor. No existe mejor fórmulas para hacer a un amigos íntimos que el de acostarse los dos con una puta. Allí se reunían por la noche más gente que en ninguna otra parte de la ciudad, todos juntos, desde los republicanos de orden y las monárquicos de desecho esperanzados alguna vez en que se restaurara la monarquía, más los hijos de las familias decentes; pero allí todos eran unos corderos bien manejados por las chicas de clase, por supuesto, en corselillos de ballenas y piernas al aire, al fin y al cabo ignorantes prostitutas, pues cobrar por hacer el amor es siempre una señal de necesidad, -cobrar peaje- para hacer el amor en francés y en turca si hacía falta, lo mejor hubiese sido gratis y voluntarias camaradas, de esa forma hubieren sido acólitas.
Rosita la Rubia, poseía la gracia de sus apretados dieciocho alegrías, generosa en carnes, hablaba francés a la hora de hacer el amor y otro idiomas tabúes, supimos que era asidua amante de Vicente Lafuente, ¡aleluya!, y se me abrió el instinto vengativo, debilidades que al final se pagan. La chica afrancesada, de piel clara y casi rubia lo sabía todo y cobraba un extra a parte de lo que le poda corresponder por la alicuota -entre la habitación, ella y la información-. A don Vicente Lafuente no le bastaba con cortejar también a María Avos, sino que se tenía que desahogarse con fulanas recogedoras de náufragos del amor.
Una maña del caluro verano, un obrero de una fábrica de papel de fumar, encontró el cuerpo sin vida de Rosita la Rubia en el lecho herbáceo del Río Gudalserpis como si fuera una prostituta del barrio de los obreros de un tiro de revólver como una almendra en la sien izquierda de la cabeza, medio desnuda de obligo para abajo, en un bolsa llevaba tres duros de plata, la cual daba a entender que las causas del asesinato no habían sido el robo, y como una acusación irrefutable, le encontraron en la faltriquera una carta de amor vergonzoso firmada, sorprendentemente, por don Vicente Lafuente.
Cuando la noche del sábado Vicente Lafuente fue a la casa de la señora Socorro, y en cuanto pasaba por la calle Guadalet, se oyó gritar a Socorro en un tono delatador: «A ese, ese es», y una pareja de la Guardia Civil oculta en el portal de la casa lo detuvieron, acusándole de la muerte Rosita la Rubia. Él negó rotundamente haber escrito esa carta a pesar de que la letra era como la suya, ganchuda y grande. Una debilidad como otra cualquiera. Escribir cartas obscenas de amor puede ser el mayor de los vicios, lo sé por experiencia. Y fue a la cárcel.
¿Qué abogado sería capaz de convencer de Juez de Primera Instancia e Instrucción que una carta de amor no era motivo para matar a una prostituta? Hablar desde la erótica de las cartas de amor era demasiado para un hombre forjado en las leyes, por ellas, Vicente Lafuente acabó con sus encantos de soltero en la cárcel sin fianza, para asegurar que se presentaría al juicio oral. Era hombre muerto, quién le iba a absorber. El Tebas y yo estábamos muy contentos de su infortunio.
En el Casino y en todos los bares era la comidilla de las conversaciones. Nadie se podía creer que don Vicente Lafuente, hombre rico y respetable, matara a Rosita la Rubia, una prostituta. Las mujeres no se hablaban de otra cosa, ¿por qué razón un hombre es capaz de matar a una prostituta?, se preguntaban, por sadismo, por chantaje, no encontraban la razón, cierto, que se le conocía como un soltero apetecible y un gran golfo, pero al ser rico se le veía más como una excentricidad, al que tiene se le disculpaba muchas faltas que a otros, de ser menos afortunados se le censuran.
La muerte de Rosita descubrió públicamente los amoríos de don Vicente con prostitutas y esa hizo que María Avos rompiera con él no ya por razones obvias, sino por imposición de don Facundo, que cada vez que se sacaban el tema se ponía más agrio que los melones de la tuera, por esa yo creo que odió todavía más a lo señoritinguis de chistera y traje gris con botas de estameña elástica. De sospechar era que, El Tebas, había conseguido quedarse como único pretendiente de María Avos.
La enemistad entre el Teba y Don Vicente, oculta a la vista de muchos, pero evidente ante sus amigos, era causada por que los dos cortejaban a la candidata María Avos, el primero con gran discreción y con artes de encariñamiento, el segundo a golpe de calesas y vivistas a «El Algars». Más de una vez los vi juntos en la casa de Don Facundo, discutir en pasillos o el jardín de las adelfas donde una fuente central era testigo mudo de sus miradas.
-La carta en poder de Rosita -me insinúa mi abogado Anselmo Lorenzo- escrita supuestamente por Don Vicente Lafuente, la escribiste tú, ¿verdad?, dime la verdad.
-Muy inteligente deducción, es esa observación. La verdad es que sí que más da ya, si todo se ha perdido, la cuestión es que a ese cerdo lo metieron en la cárcel, y allí está, por oportunista y chivato.
-Lo he deducido, porque quien tiene el vicio de escribir poesía erótica y carta de amor como afrodisíaco, eres tú, me lo has dicho, tú mismo me has dicho que escribas cartas anónimas en la cama a Doña Clara que le mandabas. Esas cartas estarán en poder del Juzgado.
-Qué más da abogado Anselmo, si dentro de unos días me van a romper el cuello. Que me lo demuestren.
Pienso para mis adentro que sí sigue preguntando descubre la verdad.
-Lo importante es que don Vicente Lafuente está acabado y en la cárcel.
Yo sabía que a Rosita la mató el Manco de un tiro por inducción mía, pero no se lo voy a contar porque no hay secretos si lo saben dos. Con esta acusación era la única forma de apartarlo de las decisiones de la patronal y de su despotismo de empresario abusador de los obreros. Además cumplía mi venganza por chivato de la vida privada de los demás.
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