Aprovechando las horas muertas en la parada del taxi, más de las que quisiera, me puse a buscar sobre la y las historias de Alcoy, me encontré con este relato de D. Ramón Fernández Palmeral en la revista digital revistaperlito. Trata sobre la denominada «La revolución del petróleo» Me resultó una historia de lo más interesante y por eso os la quiero compartir.
El jinete Alcoyano
SINOPSIS.- La historia tiene como fondo el cantonalismo alcoyano, los sucesos acaecidos en el verano del 1873 en Alcoy durante la I República.
Un anarquista condenado a garrote vil en la cárcel de Carabanchel cuenta a su abogado defensor, en primera persona los hechos de su condena.
Nos hablará la situación de los obreros textiles y la Huelga General, los amores furtivos con Doña Clara una dama casada con un importante alcoyano, el asesinato de ésta y las causas que llevan a este asesinato, son las claves de esta novela que es realidad es un thriiier, con trasfondo político.
Narración trepidante, el caciquismo de los patrones, los anarquistas, la venganza y otros sentimientos humanos, son la clave para provocar un interés y una velocidad a la narración un tanto rápida y cinematográfica.
INTRODUCCIÓN
En 1983 con motivo de las obras de remodelación del edificio de los antiguos Juzgados de Madrid, se procedió al traslado y limpieza de los archivos cuyo volumen ocuparía una Plaza de Toros. Casi todos los legajos acabaron quemados en un basurero de Navalcarnero, salvo algunos sumarios indultados, supongo, por interés casuístico de la criminología o la celebridad de sus inculpados. La verdad es que legajos, fichas, papeles, cajones y cuando objetos pueden guardar un viejo archivo, se encontraban atacados por la inapelable sentencia de la humedad, la invisible polilla o la deformación de un nuevo cambio, o tiempo político.
Consumada la incineración, me acerqué al basurero de Navalcarnero, confiaba en mi olfato de perro perdiguero, pude hallar montañas de papeles quemados y otros a medio quemar que volaban entre bolsas de plástico, con una vara estuve hurgando en la hedienta basura hasta que descubrí un cajón de madera con fichas a los que no le había alcanzado el fuego, entre ellas había una libreta de pasta gruesa de una raya escrita a mano con una diminuta letra de clara caligrafía, pero tenía un problema: estaba escrito en valenciano.
En 1990 llegué a Alicante por razones de mi nuevo destino, volví a ordenar mi biblioteca y allí estaba la libreta cuyo contenido no podía entender. Un día, como el que no quiere la cosa, se lo enseñé a un vecino que habla y escribe el valenciano, me dijo con cierto asombro que tenía en mi poder una historia sobre un anarquista ejecutado en 1873. Me despertó la curiosidad, así que con mucha dedicación más el Diccionario Tabarca, he traducido la libreta y así ha quedado la trágica historia al más puro estilo griego, en honor a la verdad la traducción no es literal, tampoco es muy buena, lo siento, he aportado lo que sé de mis conocimientos de sintaxis, que no son muchos, ¿a lo mejor lo he estropeado?, he de reconocer que no soy ni un erudito ni un novelista, más bien un curioso impertinente.
He respetado la historia aunque parezca algo folletinesca en algunas partes, además la cuestión del anarquismo suena hoy día así como muy fuerte, como demasiado rotundo, y nada recomendable para los demócratas, pero qué le vamos a hacer, así se escribió la historia, yo no soy el padre de la criatura. La libreta carecía de un título, a mi me ha parecido oportuno bautizar la historia con el pintoresco de «El Jinete Alcoyano», así se asemeja un poco más al inimitable: «El Jinete Polaco» de Muñoz Molina, a lo mejor, pienso puede gustar a algunos lectores, quién sabe de los caminos del éxito, todo dependerá de la predisposición y sensibilidad de quien la lea.
Un saludo y a disfrutarla.
Capítulo 1.
SOBRE FINALES DE NOVIEMBRE DE 1873.
ME ENVIARON A ALCOY para constituir el Comité Federal de la AIT (Asociación Internacional de Trabajadores), a pesar del encargo, perdí el control por culpa de la fascinación que me causó una dama colivenca llamada Doña Clara Rozalén, pero esta es otra historia muy de lamentar a la que le daré cabida más adelante.
Cuando su Señoría acabó de leer mi larga sentencia, tan sólo se me quedó grabada en la cabeza una corta frase que no me deja dormir en esta celda del corredor de la muerte: «… sentenciado a garrote vil…» Todo el tiempo permanecí en pie queriendo demostrar que era un reo entero y convencido de mis ideales. Aunque esperaba el veredicto, me invadió un extraña angustia, es como cuando sabes que te van a dar un «no» mas luego cuando te lo dan te sientes extrañamente humillado, y yo, en aquella sala del juzgado señalado por todos como un elemento de la culpa necesaria, un peligroso anarquista no agaché la caja encefálica, en cambio, por dentro solo me faltó llorar, pero no, no les iba dar ese gusto, tenía que enfrentarme con valentía a mi ejecución, al sacrifico por los obreros. De esta no me salva ni el Senyor Robat, pensé el día de su aniversario, y eso que yo no creo en milagros.
Nada más ingresar en la prisión madrileña, un prepotente funcionario de prisiones encargado del rastrillo, gritó: ¡Venga, el siguiente! El siguiente era yo. ¿A ver, cómo te llamas? Me llamo Severiano Albarrana y tengo veintisiete años… ¿Quién te ha preguntado los años?, responde sólo a lo que te pregunte? Sí. ¿Sí qué? Sí, señor… Cuando terminé de dar mi filiación y recoger ropa carcelaria, firmar en un libro registro y dar la espalda, oí el comentario que hizo a otro funcionario: A éste caña, es un hijo puta anarquista… Era el primero de una larga serie de insultos.
El funcionario conocía todo mis datos, los tenía delante, en mi expediente, incluso figuraría mi apodo secreto entre los miembros de la Internacional, «Jinete Alcoyano», sin duda lo que quería era provocarme, para de esa forma tener una justificación para darme una hostia, pero no le di el gusto, estaba cansado de correr por encima de la boca de los cocodrilos. Días después pedí recado de escribir y me lo trajeron. La verdad es que no sé para qué pierdo el escaso tiempo que me queda escribiendo este manojo de impresiones. ¿A qué seguir?, ahora a quién le interesa quién soy, dónde nací ni cuántos años tengo, estos datos, a nadie le importa, soy ya pasado, estadística, sedimento en los legajos de una prisión o de un juzgado. Las autoridades españolas quieren ajusticiarme en seguida, semanas próximas, cuanto ante mejor, al amanecer de cualquier día, qué importa la causa o los abominables delitos que he cometido.
A pesar de que no tenía ninguna defensa por mi actos criminales, la AIT (Asociación Internacional de Trabajadores) me envió un abogado defensor, a Don Anselmo Lorenzo, primero me enviaron a Alcoy para organizar la revolución de los obreros textiles y luego me envían a un abogado, y más tarde como última recompensa me pagarán un bonito entierro, y mi nombre en el cuadro de honor.
Ahora, tendido en el camastro de mi celda de aislamiento, trinchera de la desesperación, en la que he perdido el sentido del tiempo, disparo los ojos al techo, busco un desconchón, un punto de referencia para reconstruir mentalmente mi tiempo caducado, mi pasado turbulento, pienso largamente, siento que soy el hombre más solo y abandonado del mundo, tan triste como un arco iris al que le han robado sus colores.
Sin embargo, mucho antes de llegar a este anunciado final sucedieron múltiples contrariedades y acontecimientos.
¿Cómo será la muerte a garrote vil?, me pregunto a cada momento, a cada segundo de la angustia a lo desconocido, cómo se ajustará a mi cuello ese collar de púas del que un verdugo anónimo y de nómina en el Ministerio de la Gobernación me pegará un tremendo apretón de tronillo, zarpazo hacia la otra vida, si es que la hay, o sólo faltara que la hubiera para seguir viendo injusticias y abusos, yo no creo en Dios, soy ateo por deducción matemática, el porvenir el hombre está en las ciencias no en el propio hombre, me quieren bajar a los infiernos con la mentira de una comedia sin final, porque el cielo es una metáfora demasiado compleja como para desarrollarla sin el adecuado material teológico, del que yo carezco, si resucita la carne, estará lleno de muertos. «Sed obedientes, buenos, sumisos, humildes» son los sustantivos abstractos que repiten los curas desde el púlpito los domingos (pedestal de palabras), con estos lavados de cerebro cómo se van a revelar los parroquianos corderos, hasta el punto en que nos dejemos martirizar por una jornada laborar propia de los esclavos, mientras la alta burguesía veranea en San Sebastián, viaja a París o recorre la Costa Azul y se gasta un par de millones de reales una noche en el Casino de Montecarlo, esa burguesía hipócrita que conserva la tacañería para sus obreros, que va a remolque de su propia moda, que le gusta la música seria y la ópera, la pintura figurativa y manda hacerse retratos al óleo de medio cuerpo porque el cuerpo entero es demasiado caro o demasiado cansado la pose, doble vida y dolce vita, sociedad con patina rancia del tiempo del absolutismo de Fernando VII o Isabel II, se creen pactar en los prados de la cultura y luego resulta que odian las vanguardias y todo aquello que les pueda cambiar lo más mínimos hábitos, visitan iglesias, dan limosnas a los pobres de la mano que creció mirando al cielo triste que no da más que algunas acribilladas gotas de lágrimas.
Los palos enderezan a los tierno, mis verdugos de nomina se quedaron con las ganas de que yo tomara del camino de aborrecerme a mí mismo, de sobrevalorar a los demás a costa de infravalorar mis convicciones. Por encima del sufrimiento y los que se quedan en el camino, existe un principio fundamenta: la lucha de clases y la injusticia social, el hombre se cree que al nacer se coloca en el mismo rango que ocupa su padre, que puede ser «noble» por heredar un título nobiliario, que es intocable porque posee fincas. Jamás se pasará a una clase superior si no es por el matrimonio, por el azar del cambio de fortuna o el uso de las armas del engaño y la estafa. Las clases acomodadas (amuebladas, aburguesadas, asentadas) no hallan tiempo de pensar en los demás, salvo los domingo cuando salen de misa y dan una irrisoria limosna a los mendigos que se disputan su derecho de estar en la puerta de la gloria, tienen tantos problemas que no pueden descender a clases inferiores, obreros que mueren de tuberculosis, niños desnutridos que trabajan sin descanso o qué sabe el mundo, de otras miserias.
Una semana más tarde de mi detención en mi refugio de la calle Monteras de Madrid, una aterciopelada ratonera en la capital de España, ciudad a la que escapé después de los desastres de Alcoy, apareció mi abogado defensor pagado por la AIT, le conté los palos que me habían dado, hizo un gesto de sentirlo con el convencimiento que era lo habitual, parecía más interesado en que le contra detalladamente todo lo acaecido en el pueblo de Alcoy, en la jocosa y mal llamada «guerra del petróleo o revolución del petróleo», parecía más para un informe a Francia que para mi defensa.
Mientras pasan lo días atascados en la justificación de mi pena de muerte, sueño la realidad como un perfeccionamiento de mis errores en vigilia, soñar es como desprenderse de los residuos o las virutas de una obra mal ejecutada o ¿soy la proyección de alguien que sueña?, no lo sé, es como desprenderse de lo que nos inmoviliza con gran frustración, sueño repetidas veces que soy detenido por dos policías de paisano que entran violentamente en la habitación de la pensión, soy el dueño del secreto.
Después de mi detención y una vez en los calabozos de la Dirección General de Seguridad de la Puerta del Sol fui golpeado, interrogado física y mentalmente según los manuales policiales más avanzados, primero con algún que otro aplauso en la cara, luego algunos puños cerrados impactaron en mi nariz, continuaron otros golpes en los costados, me preguntaban repetidamente por la pistola, ellos querían tener esa inefable prueba procesal, pero no la encontrarían jamás puesto que la arrojé al Manzanares, más allá de la profundidades del olvido y el arrepentimiento, hundida en el fango donde se armarán de odio las felices lombrices, al lecho de la memoria sedimentada. Siguieron a golpes arrancándome la verdad que ellos querían oír, mientras me orinaba de miedo cada vez que me llegaba una izquierda al vientre.
Estoy en una prisión de Madrid, me sigue doliendo el cuerpo por los palos, casi todo el día permanezco acostado sobre una manta pequeña que huele a sudor de caballo, no quiero tocarme la nariz ni las costillas, me parece que todo lo tengo roto, menos mal que no hay espejos, me he cansado de contar las mismas baldosas que me llevan al pasillo que conduce al deseado patíbulo de la muerte legal, de perseguirme a mí mismo, de mirar en el mismo punto de un desconchón o debajo de los barrotes de una pequeña ventana que no es cuadrada sino circular como el ojo de buey del camarote en un barco. Lo que más pena me da es que aquí no tengo un azul mediterráneo asomado al círculo con cara de vecina que te trae caldo de pollo, y vuelta a empezar a contar pasos de los que he perdí la cuenta. A la hora del recuento me he de poner de pie en la puerta de mi celda, digo mi número 323 (tercer piso celda veintitrés) cuando ha finalizado el recuento me aplico en la escritura para descorchar memorias, luego bajaré al comedor común para la alimentación forzosa, puesto que comer por voluntad propia sería decir demasiado -potajes viudos, garbanzos y potaje, lentejas y potaje más una naranja, potaje con pan de algarrobas, garbanzos y potaje, un gazpacho andaluz con potaje y un potaje de postre-, me tapo la nariz mientras me meto exactamente veinte cucharadas, las mínimas para sobrevivir unos días y no darles la satisfacción de no tenerme que ejecutar. Otros presos comen cual caprichoso glotón que tras haber terminado el postre de una tarta de potaje se tomar el último trago de agua que reservó como un preciado elixir en un grial o en el centro de sí mismo como lugar más apreciado de su persona. El insomnio se ha instalado en mi ser siempre atento al dolor y a los pasos de la galería por si vienen a llevarme, a las llamadas de los alguaciles de prisiones (boquis les llamamos, porque son unos bocazas, no paran de dar partes de faltas, de coerción, de negarte lo más mínimo), en las que se anuncian visitas para los reclusos pero que ninguna para mí, estoy tan sólo que yo mismo me extraño de estar conmigo mismo, diálogos de celda a celda, próximas salidas y recados a las familias, yo saldré en un ataúd, convertido en un cadáver con el cuello destrozado y derrotado, cocido en zotal en olla de cobre como los gallegos cuecen el pulpo: metiéndolo y sacándolo. En el patíbulo el verdugo acobardado me romperá los dos músculos externocleidomastoideo, la laringe se cerrará en una mudez eterna, por la nuca me entrará un tornillo que como estoque de descabellar hará su función perfecta y esta vez condecorarán al verdugo de nómina con dietas por el Ministerio de la Gobernación y debería decir Ministerio del Crimen, por lo bien que lo ha ejecutado. Desconozco si mis padres saben de mi encarcelamiento y próxima ejecución a garrote vil, la verdad es que, lo que menos necesito es la visita de mi madre, no lo soportaría. Puedo recordar que mi padre siempre me decía a los jóvenes os gusta mucho caminar por encima de los cocodrilos. Quería decir que los jóvenes somos muy imprudentes.
Nunca me dejan bajar al patio de la prisión, mejor, allí abajo hace mucho frío, el invierno ha llegado poniendo sabañones en las orejas, cortando como un verdugo de hacha, disfrazándose de reptil, anuncio de lo que me espera, pero no tengo miedo sino más bien una sensación de vacío, de no ser nada. No me arrepiento de nada. Medito sobre el flaco gobierno de la República, para qué ha servido tantas huelgas, tantas luchas. La monarquía se llevó todo su artillería, todos sus medios coactivos, sus recompensas: castigo o gloria, la dualidad más antigua, bueno o malo en igualdad de fuerzas o posee más fuerza el mal que el bien y por eso se desequilibran, se llevó a Dios con sus rayos, sus ángeles, sus plagas sobre Egipto, sus infiernos. Cuando hecho cuentas atrás, las semanas han pasado de prisa, los días no tanto y las horas fueron eternas al toque de silbato de los funcionarios que nos anuncian la diana, la fajina, la revista de taquillas, la retreta y el paseo a los no aislados como si esto fuera un buque escuela, fantasma paseando por todos los mares, una ensoñación obnubiscente de una elevación de barcos hacia las nieblas, la cárcel es un buque anclado en un muelle de la inexistencia, las horas se componen de seiscientos minutos llenos de desazón, de desesperanza, cárceles del cuerpo, del alma, del amor por Doña Clara, forzada cautividad, horas que suenan como cadenas al cuello de mi lenta agonía, no ya por reinserción, sino obligados a dar un ejemplo rápido y eficaz, cortar las manos del ladrón, la voz del que pide justicia social, no a la lucha, no a la insurrección, no a la revolución, sí a dejarse pisar por el botín superior del amo, dueño de nuestro destino en España. Yo quedo aquí para sublimarme del estado sólido al gaseoso.
Una mañana de septiembre me sorprendió una visita, la del abogado Don Anselmo Lorenzo, se había presentado para preparar mi inservible defensa legal. Le conocía desde cuando éramos estudiantes en Valencia en aquellos años de estudiante tuvimos largas conversaciones políticas. Ahora teníamos recelosa confianza. Me aconsejó que debía contarle toda la verdad aunque me doliera, yo ingenuo creí que me podía salvar la yugular del bocado del garrote vil. Empecé a confesarme, no sabía si iba a ser capaz de poder recordar los detalles de los trágicos días en el fallido Cantón de Alcoy y comarca de la Foia.
Escribo con dolor, quién me salva de la memoria torturadora que me persigue, del insomnio aterrador que me hace sudar? Todos me condenaron incluso la justicia parcial de la Historia.
– Mira Anselmo, por circunstancias que poco a poco te iré contando, los programas no salieron como pensamos, ya sabes que normalmente las cosas casi siempre salen mal. No cabe duda de que soy el mejor testigo pero no el más imparcial de los testigos de aquellos días de huelga general en el que han contado muchos muertos y heridos en Alcoy, puesto que ningún testigo que puede perder la cabeza, es buen testigo.
-¿Cuéntame lo de las mujeres asesinadas? Apartemos por ahora la política de acción directa en Alcoy. La AIT quiere también conocer el paradero de los cinco mil reales que te dejó en depósito, no esta muy de acuerdo con tus planteamientos, los radicalismos, los fanatismos y los nacionalismos siempre llevan la violencia dentro.
En cambio, yo no quería darle respuestas concretas sobre los cinco mil reales, en la vida, las circunstancias no suceden así como así, de pronto, porque me da la gana, todo es como el resultado de una suma de pequeñas coincidencias, detalles leves, dependiendo de una si o un no que se da en un momento en el que no se sabe qué decir, somos personas muy distintas cuando hablamos en público que cuando lo hacemos en la vida privada, lo mismo se verifica cuando escribimos no somos los mismo, en la escritura da tiempo a rescribir en los tiempos muertos.
-Como tú sabes, llegué a Alcoy en el verano del 70 cuando me nombraron Secretario del Consejo Federal en Alcoy en el Congreso de Córdoba (ruptura entre el anarquismo y el marxismo), empecé a escribir manifiestas anarquistas con intención de remover el sentido sumiso y conformistas de los trabajadores. Tal vez se me fue de la mano el control de mis delegados. Estaban convencidos de que había llegado oportunidad de devolver al pueblo soberano el poder que le pertenece, no la demagogia sino con el cantonalismo federalista. Ideas que en el fondo estábamos convencidas de ellas y por esa las publicábamos en el Boletín Informativo, columnas de opinión que los patronos interpretaban coma subversivas, que no entendían el perder uno sólo de sus privilegios. Ficticias crisis que levantaron muchas veces la Prensa y que en realidad no fueron tan graves los sucesos ocurridos como los aparecidos en los artículos periodísticos. Posiblemente a alguno de los nuestros se le fue la mano.
-Una cuestión son las ideas y otra llevarlas a cabo.
-Pedíamos lo justo, lo razonablemente y geométricamente proporcional: trabajo a salario. Consideré siempre que un Cantón semejante al de Cartagena, o parecido a los Estados Unidos o Suiza, una República Federal, era lo que más nos convenía. Nada del otra mundo que no pudiera ser posible. Teníamos el favor del diario «El Mercantil Valenciano», radical, en favor de un cantonalismo y por tanto de la República Federal, y se encargó de levantar los ánimos deseosos de una independencia valenciana, un suelta posible del País Valenciano autónomo, en contra de las ideas monárquicas y masones en contra de la descentralización. ¿No crees que el capital que produce una región debería reinvertir donde se produce, la tierra para quien la trabajo, la industria a los obreros, la carbón para quien lo extrae?
-Si yo esto de acuerdo con el marxismo, soy socialista, pero nunca entenderé el motivo por el cual actuasteis sin directrices de París, porqué os entró la furia de Caín.
-Había sucedido lo de Doña Clara Rozalén. La dama oriunda de Onil de la que yo estuve enamorado románticamente. Me encontraba muy apenado. Todo llegó por el estado adverso de los ánimos exaltados. Un día, a primeros de junio de este año, el Tebas, el hermano de éste y el Tintas, me dieron a elegir entre las bonitas idea y la acción directa, entre palabrear y la huelga, entre el saber y el hacer, me sentenciaron como un aforismo: «La pluma o la pistola», ha llegado el momento de la acción, del petróleo. Yo nunca quise coger el hierro de disparar, aquel negro instrumento cuya única función es la de matar o herir sin yerros, pero también es un producto destilado de la defensa personal, salvo que me viera en circunstancias muy desfavorables, acorralado, en definitiva, tomarla en circunstancias adversas, y que al final tuve que decidir en favor del arma de fuego, del arma del demonio, del arma vengativa y vociferante para hacerse oír. Siempre me opuso a matar a alguien.
-«Los oprimidos y explotados obreros -empezó a gritar el Tebas con espuma en la boca- del pueblo de Alcoy y la comarca de la Foia, estamos cansados del abuso de los patrones, de los malos salarios, excesivas jornadas de trabajo, explotación de los niños y abuso de las clases. Están preparados para una huelga general, primero celebraremos una asamblea en la Plaza de Toros, tomaremos las calles, la entrada del pueblo, fábricas y el mismo Ayuntamiento, yo a la cabeza». Yo noté los ánimos muy exaltados, no había forma de pararles, si me negaba a actuar perdía mi liderazgo y la secretaría general. Además consideré que sería una verdadera negligencia dejar a los dos a su antojo, ¿no sabes como estaban de fuertes? Así que imprimimos carteles anunciando una Asamblea General en la Plaza de Toros de Alcoy para el 9 de Julio. En el mitin hablaríamos de la situación, la posibilidad de una huelga pacífica, pero nada de violencia con la que no conseguiríamos nada.
Don Anselmo y yo hablamos durante muchas hora y días de los sucesos alcoyanos, de ello sacaría argumento de defensa, el juicio oral se celebró 19 de Octubre. Como era de esperar el juicio se perdió, no por falta de una defensa letrada, sino porque los hechos fueron muy graves y tenían que buscar lo que se llama un cabeza de turco.
Ayer, por última vez, se ha presentado mi abogado defensor en esta prisión, no sé como tiene tanta cara, después de haber perdido el juicio. Dice que quiere solicitar un indulto ante el Tribunales de Gracia y Justicia. al nuevo Presidente de la República Don Emilio Castelar y Ripoll, por probar no será, aunque dicen que es hombre conservador de tendencia nacionalista, fuerte, con mano dura ante el anarquista, enfrentado el Ejército, seguro que no entiende la necesidad del cantonalismos, como una necesidad de las particularidades de cada región frente al mundo, su riqueza, sus Cajas de Ahorro con prestamos bajos, y no que el dinero se marche siempre a Madrid o a Cataluña.
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